Superando y venciendo a los miedos

Confio, y no temeré, pues Di-s es mi fuerza y mi canto, Él ha sido una ayuda para mí -Isaías, 12:1
Piensa bien y saldrá bien. -El Rebe de Lubavitch.
¿A qué le tenemos tanto Miedo?. Tememos muchas cosas. Tememos a la enfermedad y la muerte. Tememos perder el trabajo y caer en la pobreza. Tememos el cambio: una profesión nueva, una casa nueva, un matrimonio nuevo. Podemos temer estar solos, o podemos temer a otras personas. Y después está el miedo de no ser aceptado por los otros, por nuestras familias y amigos, nuestros colegas y vecinos, por la sociedad en general. El miedo, la ansiedad y la depresión son los factores subyacentes que impulsan gran parte de la conducta humana hoy, y aun así están entre las fuerzas peor comprendidas en las vidas de la gente. En su forma más aguda, nos paralizan. ¿Cómo podemos vérnoslas con estas fuerzas? ¿Por qué les tememos, y qué es lo que tememos?. No son preguntas fáciles de contestar, pues el miedo es una fuerza tremenda y complicada. Es silencioso y a la vez devastador, conduciendo a la ansiedad y, más allá, a la depresión. Cuando estamos consumidos por el miedo, nuestro juicio se distorsiona; nos congelamos en la duda, incapaces de tomar la más simple decisión. Hay un miedo natural y saludable a lo desconocido que suele protegernos del peligro. Pero la causa de este miedo es visible, y sirve a un fin valioso. El miedo más común, y más formidable, es el que no nos permite identificarlo; oculto en las sombras, prospera con nuestra ignorancia. Pensemos en un niño que le teme a la oscuridad. No hay razón válida detrás de tal miedo, y sin embargo no hay palabras con las que disiparlo. Lo único que puede hacerse es asegurarle que estamos ahí para protegerlo. Podemos tomar al niño por la mano y encender la luz, y mostrarle que no hay nada que temer. Lo mismo pasa con los adultos. Suele no haber base cierta para nuestros miedos, y aun cuando la hay, podemos exagerar su poder al punto de quedar inermes en sus garras. El miedo nace de la duda y la confusión. ¿Debo aceptar este empleo, o no? ¿Podré solucionar este problema o no? ¿Qué pensarán mi familia y mis amigos si hago este cambio en mi vida?. Esa confusión es anatema para un ser humano; la tensión emocional puede ser debilitante. La claridad es una de nuestras mayores bendiciones. Cuando resolvemos dudas, sentimos como si nos hubieran sacado de encima un gran peso del corazón. Aun si pensamos que podemos haber cometido un error en la decisión, al menos podemos ver con claridad lo que hay adelante, y obtenemos la fuerza y la confianza para seguir el camino. Una persona que no tiene un objetivo claro en la vida sigue confundida. Y la confusión genera más confusión; una vez que nos enmarañarnos en la red del miedo y la ansiedad, sólo nos enredamos más en la confusión y el desaliento. Si queremos vivir una vida significativa y productiva, debemos tener libre el corazón, de las fuerzas opresivas de la ansiedad y la tristeza. La desesperación embota el corazón y debilita el espíritu. Baja la resistencia a los verdaderos desafíos que han de surgir. Seguramente encontramos suficientes obstáculos durante una vida sin la necesidad de crear nuestros propios obstáculos interiores. La clave es desanudar pacientemente estas dudas que nos atan. El miedo que prospera en la oscuridad de la confusión se disipa a la luz de la claridad. Debemos introducir claridad en nuestras vidas reconociendo su propósito y dirigiendo todas nuestras energías hacia él. ¿De dónde viene nuestro Miedo?. El miedo tiene muchos padres. Quizás abusaron de nuestra confianza cuando éramos niños. Quizás el trauma dejó una impresión indeleble. Quizá simplemente nunca se nos enseñó un objetivo y una dirección en la vida; y el miedo puede echar raíces cuando creemos que la vida es una existencia que se desarrolla al azar. La mayor parte de la ansiedad humana surge del miedo a la aniquilación: uno teme perder el mundo que lo rodea, el mundo al que uno se ha acostumbrado. Pensemos en un niño que sólo tiene un juguete: sáquenselo, y el niño seguramente llorará. De modo similar, cuando la gente percibe el mundo material como el único mundo que existe, puede temer perderlo, porque es todo lo que conoce. Veamos qué limitada es esta actitud. Por su naturaleza, el materialismo es fugitivo. La comida que comimos ayer, hoy ya se fue. El dinero que ganamos hoy, será gastado mañana. El status y el poder que tanto trabajamos por conseguir, puede desaparecer en un momento. Cuando nuestra vida se construye sobre cimientos tan pasajeros, ¿cómo podríamos sentirnos seguros?. Hacer del mundo material la prioridad es la causa última del miedo y la ansiedad. Aun cuando uno descarta los muchos miedos de la infancia, desarrolla una serie enteramente nueva de miedos. En lugar de asustarse de la oscuridad, uno se asusta de no ganar dinero suficiente. O de perder el empleo. O de no tener bastante éxito. Cuando permitimos que nuestra vida sea definida por el dinero, por el trabajo, por la sociedad, nos invade un intenso temor de no ser aceptados por los otros. De ahí el dictado cardinal: "No te avergüences ante los que ridiculizan" (Apertura del Código de Ley judía). Aun así, anhelamos conformarnos. Tememos quedar aparte, y nos preocupamos incesantemente por el modo en que nos perciben los otros. Tememos que la gente se burle de nosotros o no respete nuestras elecciones. Piensen por un momento en lo vacío que es el miedo. Los seres humanos son cambiantes por naturaleza. Sus humores cambian, sus opiniones cambian, sus valores cambian. Por lo cual, cuando nos preocupamos por ser aceptados por otros, estamos poniendo nuestra felicidad y seguridad en manos de personas impredecibles: un jefe malhumorado, un cliente difícil. Todo el tiempo estamos invirtiendo grandes cantidades de energía en complacer primero a una persona y después a otra. Estamos tratando de ser una persona a la mañana, otra durante el día, y otra más a la noche. No puede asombrarnos que a nuestra vida la mueva la ansiedad; no puede asombrarnos que no tengamos paz de espíritu. No debemos negociar nuestras normas y valores por miedo a cómo nos percibirán. Este es uno de los desafíos más difíciles en la vida, pues todos queremos ser amados y aceptados. ¿Pero aceptados por quién? ¿Por gente cuyas propias normas siempre están cambiando? ¿Por gente que a su vez se preocupa por ser aceptada por otros más?. La única persona en el mundo por la que necesitamos ser aceptados esnosotros mismos. Esto lo logramos integrando a Di-s en nuestra vida, lo que significa dedicarnos al objetivo para el que fuimos creados. Siguiendo las leyes divinas de la moralidad, introducimos la santidad y la serenidad en nuestra vida; y también un sentido de orden. Sólo entonces descubriremos la claridad con la que demoler el miedo. Sólo entonces dejaremos de retroceder frente a lo desconocido e inesperado. Di-s nos ha dado a todos las capacidades y recursos para superar los desafíos de la vida. Cuando ponemos una fe absoluta en Di-s y reconocemos el verdadero propósito de nuestra vida, aun nuestros más graves temores, de enfermedad y pobreza o muerte, empezarán a disiparse a la brillante luz de la claridad.
(Texto extraído del libro Hacia una vida plena de sentido. Copyright © Editorial Kehot Lubavitch Sudamericana

Colabora con nuestra web y dona a través de PayPal